El autor nos sitúa en su ahora a cada uno de los protagonistas, pero después son ellos en primera persona los que nos cuentan lo vivido, los que meditan sobre lo que pasó, sorprendiéndonos la mayoría de las veces con sentimientos y reflexiones que se repiten en todos ellos: el desconcierto de ver convertidos en asesinos a sus vecinos, de no encontrar una explicación a tanto odio, de comprobar que la muerte no les bastaba, que buscaban el ensañamiento y la tortura innecesarias. No hay en ellos, sin embargo, un rencor bien definido, muchos huyen de los deseos de venganza, solo son náufragos de vidas truncadas, casi todos volvieron a sus casas devastadas, perdieron a sus seres queridos, fueron arrebatados de un día para otro de aquel presente convertido de golpe en un pasado imposible de retomar. Algunos van más allá en sus valoraciones y analizan el papel de los intelectuales hutus en la programación de la matanza, la deshumanización como motor de la locura, la huidiza mirada de los organismos internacionales...
Leer este libro forma parte de lo necesario; escuchar a las víctimas de masacres como esta y como otras, nos desnuda también a nosotros: saber que estamos hechos de la misma pasta que víctimas y verdugos puede servirnos para estar alerta, para atisbar con tiempo y espíritu crítico las señales que todo genocidio nos lanza antes de que empiece.
Gracia María Sánchez Cobano