El autor de Si esto es un hombre, el científico italiano Primo Levi, afirma en la introducción que escribe con el fin de “proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana”. El documento es su propia y estremecedora experiencia en el campo de concentración de Auschwitz y las almas, las de las víctimas y los verdugos. Pero también él mismo confiesa que es la necesidad de una liberación interior la que lo llevó a escribir esta obra, la misma que sienten todos los que sobrevivieron.
Comienza
entonces la descripción de la vida en el Lager: su estructura
física; su engranaje siniestro; las jerarquías; los reglamentos
infinitos e inverosímiles; el hambre y el frío; el sufrimiento que
de tan intenso borra todo lo demás, incluso la añoranza de los
hogares perdidos; el cinismo innecesario de algunas advertencias (en
las letrinas, “la limpieza, es la salud”; en la misma entrada al
infierno “el trabajo os hará libres”); la confusión de las
lenguas; un infinito de leyes y tabúes...Y la muerte que, afirma,
empieza por los zapatos. Es esa cotidianidad del horror lo que más
me estremeció. Tras unos días de incredulidad (“recibimos los
primeros golpes: y la cosa fue tan inesperada e insensata que no
sentimos ningún dolor, ni en el cuerpo ni en el alma. Solo un
estupor profundo”), él, como los demás, asumió ese universo de
demencia absoluta. A partir de ese momento dice Levi que la única
tarea era la de buscar el propio beneficio y aprender los medios
adecuados para conseguirlo. Los verdugos oprimen a las víctimas, y
entre estas los privilegiados hacen lo mismo con los que no lo son. Y
aquí cobra sentido el cuestionamiento del título de la obra: si es
un hombre el resultado de la maquinaria de exterminio nazi. “Hemos
llegado al fondo. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas,
los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si
nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre”,
y la compasión espontánea hacia el prójimo, la empatía hacia su
dolor, pues el propio es tan grande que destruye la esencia misma del
alma humana.
En La
tregua
el autor relata el largo y asombroso regreso a casa después de la
liberación. Un retorno que podríamos imaginar como liberación
feliz del sufrimiento. Pero lo que ha quedado del hombre aún ha de
enfrentarse a situaciones de extraordinaria dureza. Al menos esa fue
la experiencia de Levi: meses y meses de estancias en distintos
campos, de difícil supervivencia, de infinitos viajes a pie y en
trenes que paraban mil veces y recorrían kilómetros en vano
buscando la manera de llegar al destino. Son estas páginas un cuadro
impresionante de personajes y situaciones increíbles, una lectura
ágil de una aventura dolorosa, pero muy esclarecedora del
comportamiento humano. El tercer libro de la trilogía,
Los
hundidos y los salvados,
es una reflexión profunda y personal sobre lo ocurrido. Analiza el
mecanismo sicológico que conllevó el holocausto nazi, como la
forma más refinada y brutal de destrucción sistemática física y
mental de seres humanos de la historia contemporánea. Termina el
libro comentando algunas cartas de alemanes después de la
publicación de Si esto es un
hombre,
y advirtiendo de los falsos profetas, de las palabras altisonantes y
huecas, de la violencia, que ha de ser descartada en cualquier caso.
Habla
Levi de un sueño recurrente entre los habitantes del Lager: ya en
casa y entre sus seres queridos empiezan a contar lo que han vivido;
al cabo se percatan de que nadie los escucha, nadie atiende a la
narración de sus sufrimientos. No formemos parte de esa pesadilla,
tengamos siempre los oídos bien abiertos a testimonios como este.
Por respeto a las víctimas, por la necesidad egoísta de recordar
los horrores que nunca han de repetirse.
Gracia María Sánchez Cobano